EN LA LOMA DE LA ERMITA
El cuento de Juanito
por Juan Calderón Salas
En una humilde casita medio perdida allá en los montes de Málaga, vivió una vez un niño, que se llamaba Juanito, desde muy chico tenía que bajar todos los días al apuntar el Sol , hasta Málaga con una taleguilla de tela y sus correspondientes cartillas para recoger las raciones del pan; (Los bollos), cuando regresaba ya a medio día, tenía que coger y llevarle la comida a su padre y hermanos, a cualquier parte del campo donde estuviesen trabajando, cogiendo almendras, aceitunas o lo que fuese según la época del año.
Y cuando volvía a casa debía cuidar de unos guarritos, sacándolos cada día al monte entre encinas para que pastasen y comiesen bellotas.
Juanito nunca tuvo un juguete, que no fuese los que el mismo con su imaginación se construía, como eran caballitos y carritos de pencas, así como piaras de cabras, que formaba utilizando las hojas de los algarrobos. Por circunstancias de la vida, tuvo que marchar de su tierra, en la cual a pesar de que vivían muy humildemente (rayando la pobreza), como él no había conocido otra cosa era feliz en ella, por lo que le dio mucha pena, tener que marchar, a otras tierras extrañas y totalmente desconocidas para el.
En un pequeño y viejo baúl de su madre, había guardado sus escasas pertenencias, que consistían en; un camión, “Su camión favorito”, que como de costumbre el mismo se había construido, pero ésta vez no era de pencas, no, ésta vez lo había construido de madera, empleando las tablillas de una caja de arenques, luego las ruedas se las hizo con las suelas de goma de unas alpargatas viejas, que había encontrado en “la esterquera”, (estercolero), éste no se gastaba como los de pencas, éste era; ¡Su favorito!. Llevaba también cuatro trampas de alambre (cepos), un viejo libro de Fábulas, que su padre tantas y tantas veces le había leído al calor de la chimenea, en las frías noches de invierno después llegar de las duras tareas del campo. Esto y poco más eran todas sus pertenencias. El día de la marcha, un vecino les acompañó a la familia, para llevarles con su mulo, las pocas cosillas que debían transportar a la estación del ferrocarril en Málaga, para coger un tren con rumbo desconocido.
Transcurrió el tiempo, ¡Mucho tiempo! Sí, llevaba ya muchos años fuera de su tierra, un día lluvioso y gris típico del Norte de España, estaba frente a la ventana con la nariz pegada al cristal, contemplando como el agua de la lluvia se deslizaba a través de éste. ¿O quizás no?, Quizás no veía el agua, que parecía resbalar por su propia nariz, más bien diría que estaba con la nariz pegada al cristal sí, y la mirada perdida mirando a ninguna parte. Al cabo de un tiempo en ésta postura, se acordó del viejo baúl, retirado ya en un rincón del Ático, subió a éste y allí estaba el baúl cubierto de polvo, lo abrió despacio, ¡Muy despacio!, Chirriaron las bisagras, Juanito parecía temeroso de que algo valioso, se le fuese a escapar del viejo baúl.
Cuándo por fin lo tuvo abierto, empezó a curiosear y…. ¡Oh!, Vio algo que le hizo volver en sí, despertándole los recuerdos de su niñez; Se acordaba de la Ermita, de la era frente a la puerta, y la azotea con vistas a Málaga, todos aquellos alrededores, que le eran tan conocidos, por lo juegos con sus primos, todo aquel entorno tan familiar, conocido por ellos y por todos los vecinos de aquellos montes como; “La Loma de la Ermita”.
se quedó unos instantes con la mirada clavada en el suelo, luego levantó la cabeza al tiempo que cerraba los ojos, así estuvo unos… ¿minutos?… ahora no sabría decirlo, así que lo dejaremos en un rato, pasado éste tiempo cogió un lápiz, un cuaderno de papel cuadriculado y sentándose en una vieja silla, se puso a escribir algo. Al cabo de un tiempo, indeterminado soltó el lápiz, se apoyó sobre el respaldo de la silla, dejando caer los brazos hacia el suelo, y echando la cabeza hacia atrás mirando al techo. Cuando volvió la vista hacia el papel, empezó a leer lo que había escrito, lo cual le había quedado así:
POESÍA A LA LOMA DE LA ERMITA
por Juan Calderón Salas
Entre Málaga y Almogía
Está mi tierra señores,
En Roalabota nací
Me crié en Los Verdiales,
Montes de muchos almendros
Y de tantos olivares.
En lo alto de una loma
La Ermita de Los Dolores,
Con su Virgen que es patrona
De Venta Larga, Roalabota
Y el Partido de Verdiales.
Yo nací en el cuarenta
Aquellos años del hambre,
y vine al mundo como tantos
hijos de aquellos Lagares,
estrenando una posguerra
Con muchas penalidades.
No tuvimos juventud
nos robaron la alegría,
y nos hicieron ser viejos,
Siendo niños todavía.
Se nos negaron los medios
para poder estudiar,
y nos cambiaron los libros
Por herramientas de arar.
Y si alguno reclamaba
su derecho a estudiar,
enseguida le contestaban
sin dejarle ni de hablar,
¿Estudiar niño, pa´qué?
¿pa`qué quieres estudiar?
¡Esas son cosas de ricos!
a ti no te sirven pa`ná,
los ricos van a la escuela,
Los pobres, ¡a trabajar!.
Cuando ya fuimos mayores
y podíamos trabajar,
tampoco había trabajo
Y tuvimos que emigrar.
Hay ¡Andalucía!, Andalucía,
¡Málaga tierra mía!
de niño te preguntaba
y nunca me respondías,
¿porqué tu siendo tan rica,
Tu tierra no es productiva?
Ya no la labran siquiera,
se pasan el día entero
metidos en el casino,
charlando de cante y toros
Entre copitas de vino.
Mientras el pueblo se marcha,
en amarga romería,
buscando el pan y el trabajo
que en su tierra no tenían.
Con lagrimas en los ojos,
y mi maleta de cartón,
tuve que marchar con rabia
y pena en mi corazón.
Y así llegué yo a Bilbao,
aquí me puse a estudiar,
los Domingos iba a misa,
para aprender a rezar.
Un año estuve en la Escuela,
¡Sí!, un año nada más,
tuve que dejar el estudio
pa` ponerme a trabajar.
Muchas lagrimas lloré
añorando la tierra mía,
sus ferias, la Semana Santa
y las fiestas de Verdiales,
Que hasta en sueños yo las veía.
Desde niño estoy en Bilbao,
aquí empecé a trabajar,
aquí nacieron mis niños
Y aquí formé yo mi hogar.
Ya han pasado ¡muchos años!,
que yo salí de mi tierra
pero siempre llevé con cariño,
¡Aquí en ésta “cajita”,
mis juegos cuando era un niño,
En La loma de la Ermita.
A Vizcaya, yo la quiero,
porque soy agradecío,
el que diga lo contrario
es que no la ha conocío.
Pero yo, ¡soy andaluz!
Y quiero mucho a mi tierra.
Y como nunca la olvido,
quisiera cuando yo muera,
por las Animas benditas,
me entierren bajo un olivo,
¡En la loma de la Ermita!,
Autor: Juan Calderón Salas
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